Siempre hablamos de hábitos, de esos que nos impulsan hacia el bienestar y de aquellos que nos frenan. Un hábito es, básicamente, un conjunto de acciones, pensamientos, emociones o conductas que se repiten de forma inconsciente y automática. Y cuando digo "inconsciente y automática", lo digo en serio: la mente lo hace sin que se lo pidamos, como un mecanismo de supervivencia diseñado para mantenernos "a salvo".
Ahora bien, el concepto de "a salvo" para la mente es muy limitado. No significa que estemos completamente seguros o felices, sino simplemente que no hay amenazas inmediatas, como un león acechándonos. Pero claro, esta interpretación tan básica de "seguridad" es la que nos lleva a repetir patrones, aunque no siempre sean los mejores para nuestra salud mental, física y emocional.
Por eso, es nuestra responsabilidad ser conscientes de esos hábitos, de aquellos que realmente nos suman y nos mantienen en equilibrio, y de aquellos que, por el contrario, nos restan energía, nos limitan y nos mantienen atrapados en lo mismo de siempre. Pero aquí no solo entran los hábitos físicos, sino también los pensamientos recurrentes, que son hábitos en sí mismos. Estos pensamientos mantienen a nuestra mente en la zona de "seguridad", pero muchas veces nos alejan de nuestro potencial y crecimiento personal.
A veces, esos pensamientos se vuelven tan "adictivos" que los reforzamos constantemente a través de nuestras relaciones, emociones o situaciones cotidianas. Un ejemplo clásico es el pensamiento “no soy suficiente”. Este pensamiento es tan fácil de repetir y reforzar durante el día: "Mi trabajo no es lo suficientemente bueno porque no soy lo suficientemente capaz", "Mi pareja no me valora porque no soy suficiente", y así sucesivamente. Este ciclo negativo puede tomar el control de nuestras vidas si no somos conscientes de él.
Lo interesante es que, para romper con este patrón, no necesitamos hacer cambios radicales en todo lo que nos rodea. Lo único que necesitamos cambiar es nuestro pensamiento. Porque al cambiar un pensamiento, se transforma nuestra emoción, lo que cambia cómo nos sentimos en nuestro cuerpo y, en consecuencia, la realidad que estamos viviendo.
Es muy común querer cambiar todo a la vez, sin darnos cuenta de que lo único que realmente necesitamos transformar es ese pensamiento limitante que nos mantiene atrapados en la misma realidad. Si podemos cambiar un solo pensamiento, estamos abriendo una puerta a nuevos hábitos, nuevas oportunidades y una versión más expansiva de nosotras mismas.
Mi propuesta es simple: si deseas cambiar un hábito, primero descubre cuál es el pensamiento que lo está bloqueando. Cuando lo encuentres, cámbialo. Ese es el primer paso para transformar tu vida y crear el hábito que deseas.
¿Qué te parece? ¿Te animas a hacer ese cambio desde adentro?